viernes, julio 10

Lucha de una mujer con la Hidalga Doña Manuela Vda. de Pajares

viernes, julio 10













Sabía que a mi marido
se le iba el pensamiento
culos y tetas al aire
eran para él firmamento,
pero nunca imaginé
tal nivel de atarante
hasta encontrarlo el otro día
una mano en la revista
y otra en paja aplicada
requete requete duro
dándole a la garchada.

Ya había yo escuchado
de esas vicios a solas
pero otra cosa es verlos
y no olvidarlo por horas,
la noche entera en vilo
pasándola recordando
su jeta y su quejido
saliendo el líquido blanco,
preludio ya conocido
a que el niño se ponga blando.

Después el otro gritaba
mil disculpas y lamentos
sin poder olvidar mis ojos
su peneal estremecimiento
o la portada de la revista.
¿Qué coño tenía en la testa
este vulgar onanista
para no cerrar la puerta
y continuar su fiesta?
prefiero en el baño soñarlo
cagando cual estreñido
que ver con la doña manuela
la paja de mi marido.

"Justa doña hidalga"
le decían mis hermanos.
"Viva Doña Manuela
que siempre perdona engaños"
cómo se reirá ella
de verme sufrir así
recordando todos sus dedos
corriendo cual uno a mil
apretando siempre al niño
que ahora ni quiero ver,
pero que en otro tiempo
no paraba de comer.

A la noche de nuevo intenta
disculparse con un beso
"dale viejita dale
que no hubo sentimientos"
ándate bien a la mierda
le grito sabiendo bien
su treta muy bien tramada,
bruta me creerá él,
"¿quieres tu minga comida
lenguitas y otros excesos?
Anda y pedile a Manuela
que ella es bien ducha en eso"
el otro ofendido voltea
sin ánimos de hablar más
y en mi histeria casi loca
le doy vuelta cual tamal,
"tu doña será muy doña
tal vez incluso hasta hidalga
pero pa pajas mi hijo
a mi mano nadie le gana"
y sin palabra por medio
su pantalón ya estaba abajo
yo moviendo la macana
en un retorcido bravo
que doble salto mortal
que casi le rompo el hueso
que me llora que gime
que él no sabía eso.
Él otro transfigurado
dale que dale bien duro
sudado y medio bizco
hasta que ya ni hablar pudo.

Desde ese día yo creo
no lo ha intentado más
vencida estaba la hidalga
la doña viuda sin par
que al último momento
su mayor secreto me dió:
"En cosas de paja mi reina
ni rapidez ni furor,
lo único que hay que saber
es tratarlo con amor"
.

Imagen extraída del Huffington Post.

martes, julio 7

Un adiós

martes, julio 7
Hace un mes, que compartimos juntos este blog. Desde entonces les he mostrado relatos rojitos y otros bien blancos. Esta vez, como mesiversario nuestro, probemos con el último color de los 3 oficiales de historias... miren a la derecha, a la izquierda, más allá del blanco central está un hermoso y profundo negro que enmarca la historia de hoy.




Fue divertido al inicio. Cafés compartidos luego de clase, horas de horas conversando, tocando temas que desconocía y que me apasionaban. Hablábamos hasta que cerraba la cafetería y salíamos aún conversando hasta darnos el beso en la mejilla y decir hasta pronto. Al alejarme, me alegraba sentir aún por largo rato sus ideas rebotando dentro mío y me esforzaba por mantenerlas agitadas hasta llegar a casa. Papá y mamá ya dormían cuando llegaba, así era mejor, podía quedarme sola manteniendo viva su imagen, evocando a mi hermoso profesor y jugar con él, hablarle echados en un sofá sólo pendientes del instante que transcurre hasta acercarnos. Me toma la mano sin miradas disimuladas ni risas, no hay nadie alrededor, estamos solos. Descubro los pliegues en su piel al apartar su camisa, siento su vello acariciando mi pecho y vientre al besarnos con el eco de nuestra conversación retumbando en las paredes que ahora ni distinguimos. Estamos en penumbras cuando pellizca mis pezones duros y sus labios traspasan mi vientre, cuando cierro mis ojos y abro mi sexo a las húmedas caricias de su pene, que entra profundo y me mantiene agitada y gimiente hasta que la mañana me sobresalta.

¿Cómo estás?. Te extraño. No lo hagas, tienes tantas otras cosas maravillosas que hacer. Ninguna me provoca lo que tú, ni me enamora como tú. ¿Estás enamorada de mí?... No sé bien, no sé nada con respecto a ti, sólo se de las ideas que me explicas. ¿Qué sientes entonces? Vibrar cada pedazo de mí. (sonríe) ¿Qué, es eso malo?

Todo el día me cansa leer, pensar, dormir, comer. Camino, hago, soy sin otro deseo que verlo nuevamente, conversar con él y sonreírle sin esfuerzos. Me es difícil describir mis días obviando su presencia (o el brillo de su recuerdo). Lo adoro tanto que cierro los ojos hasta traerlo por las noches a mi lado, cobijarlo conmigo bajo las sábanas. Me abraza mientras el leve rumor del silencio se disipa a nuestro alrededor y nuestros cuerpos tranquilos ganan calor hasta que la explosión es inevitable. Su mente y su cuerpo me agitan toda, me destrozan hasta hacerme renacer nueva y hermosa, casi tanto como él cuando brilla, tan hermosa como él.

¿Lo sientes? Si, aquí dentro. ¿En tu corazón? No, en mi estómago, en mis visceras. (silencio) Contigo siento que no me doy cuenta de nada. ¿Te das cuenta de lo que dices? No, la verdad no.

Nos volvimos a encontrar en clase y una vez más nos fuimos a conversar., pero cuando nos acercábamos para ese beso en la mejilla, me harté y lo besé. Apreté fuerte mi boca contra la suya, dándole en la presión y el movimiento de mi lengua, ese algo más que guarbaba para brindarle. Nos quedamos varios minutos sin respirar, sumidos en ese instante casi perfecto, hasta que al separamos me miró sorprendido. Brillaba de la excitación que sentía y dijo: ven conmigo. Fuimos de la mano hasta su auto. Sintiéndome afortunada, no dejé de besarlo y abrazarlo en todo el camino a su apartamento. Tranquila, decía apartando suavemente mis caricias y besos. Tranquila repetía y me resigné a acomodarme en el asiento; pasando mis pies por entre sus piernas, sintiendo su sexo duro, recibía sus caricias junto a su mirada traspasándome.

Me has sorprendido. ¿De lo que sacas de mí?. ¿Yo? Es imposible que sea yo te saque eso. Si, eres tu, tu, tu. (se ríe) Me siento raro aquí contigo. Yo también, y me encanta (sonrío) siento mi corazón cuando estoy contigo (aprieta mi seno izquierdo gimo). Quiero hacértelo de nuevo. Todas las veces que quieras. (me besa) ¿te das cuenta que podrías ser mi hija? Si, tal vez. Eso no me anima. Debería, porque tu me has dado una vida... ¿eso es lo que hacen los padres, no?

Ahora no necesitaba recordarlo, me sentía empapada de él; y en su aroma me refugiaba para soportar los gritos de mi padre cuando volvía por la mañana. No se cansaba de gritar a pesar que no le respondía ni hacía caso, se alteraba mientras mamá me miraba con un extraño brillo en sus ojos, como si pudiera adivinar lo que me pasaba, como si pudiera sentir su aroma. Hubiera preferido que me bote de la casa, de toda su vida, dándome la excusa perfecta para voltear esa página escrita con su pestilente sudor, un humor cancino y viejo, tan distinto del aroma delicioso que me abrazaba por las noches. Desnuda, gritando con él, gimiendo con él, entendía lo perdida que había estado. Me entregaba, deseaba, ardía por ser penetrada y consumida por ese fuego que llevaba en su cuerpo, ese calor inmenso que sentía abrazando mis entrañas cuando me tocaba. Esa maravilla que me volvía eterna y perfecta, como una luna, una estrella o el mar. Esa maravilla insólita que como el día o el fuego, en un instante se esfumó.


¿Dónde estás amor?
¿Dónde estás?
¿Dónde amor?


Sigue recostada pero se siente más liviana. Los recuerdos se disuelven, el sonido de la ducha con él dentro se disuelve, su voz repitiendo: esto es todo, se disuelve. Hace unos minutos, desnuda y triste, no pudo sacar a ese hombre de entre sus piernas. Entre fingidos jadeos, lo puso en jaque, lo arrinconó y empujó, incitándolo a tratarla violentamente para retenerlo. Él correspondió los besos con igual frenesí, le acarició el pecho, las piernas, el culo violentamente, como estrujándola. Ya en medio del juego -era un juego-, ella se sintó frágil, lívida, a pesar de enjugar sus labios y apretar sus cuerpos, no pudo sonreir como él, quien se mostraba atento tras terminar en ella. Le propuso una ducha y ella no quiso; él se fue y ella se acurrucó sintiendo dolida su boca y vagina, sus brazos y piernas. Esperaba más que esa saliva extraña corriendo por su lengua y un sudor mezclado al suyo, algo que encendiese el rojo de la habitación, que la hiciera sentirse viva en vez de bañada por un aroma aciago (que incluso parece ser su sudor). Sabe que ha fallado, que cualquier esfuerzo es inútil y se pone de pie. Siente una lágrima resbalando por su mejilla cuando el rojo de la habitación le parece insípido; una lágrima se estrella contra otra mientras ella recuerda que debe volver a casa.


Imagen proporcionada por picaflor

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