martes, agosto 25

Mi primo Parte II

martes, agosto 25
¿Nos recuerdas de chicos en la iglesia? Intercambiábamos miradas cómplices hasta sentirnos libres de la mirada del vigilante de turno (tu mamá o la mía), y entonces me sorprendías con una gracia. Guardabas la apariencia para arrancarme risas, haciéndome sencillo estar en ese lugar que tanto odiaba. Cuando el eco de las campanas se llevaba fuera a la gente y sus conversaciones, nosotros podíamos por fin jugar libres. Corríamos entre columnas y banquetas persiguiéndonos, guardando silencio, parando al sentir a alguien cerca. Íbamos de un lado a otro hasta atraparnos y volver nuevamente a perseguirnos. Éramos felices.

El traje y corbata remarcan tus hombros y lo ancho de tu cuello. Luces hermoso con tu sonrisa amplia recibiendo a los que llegan, a papá, a mamá, a mí. Te estrecho entre mis brazos y mis labios llegan hasta tu mejilla para confesarte en un suave beso el deseo que no puedo olvidar y me perturba: tú. Siento que tiemblas, pero disimulas con una sonrisa y un: “gracias por venir”, apartándome. Mirarte apenas a unos pasos sin encontrar tus ojos con los míos duele. Me alejo, sonrío y converso sin perderte un instante, pensando cómo confesarte mi arrepentimiento. Me imagino caminando hacia ti, con mi piel entera luchando por contener el deseo tan fuerte que guardo; estamos solos y no me alcanzan las palabras, me abrazo a ti obligándote a besarme... Volteo y encuentro tu mirada sobre mí. Retiras de golpe la vista y escucho los golpes en la puerta y tus gritos. Sonríes nuevamente a los invitados y a pesar que te miro no volteas más.

Un día te atrapé y no quise soltarte. Escuché que te irías de viaje, pero recién al abrazarte y sentir tu calor supe de golpe que no te vería en mucho tiempo. ¿Qué tienes? preguntaste y salí corriendo lo más lejos de ti. No quería que me vieras llorar. Pasé el día sin hablarte, me hice la enferma para evitar recordar que te irías. ¡Adiós!, me dijiste desde la puerta de mi cuarto y yo, una chiquilla tonta, te di la espalda. Escuché cada paso cuando te alejabas, los saludos y abrazos después. Aguardé tensa hasta que llegó el golpe de puerta y recién pude llorar. Apretada contra la almohada renegué de Dios, de tu papá, de ti, de mi, de todos. Ya no podría correr y colgarme de tu cuello, reir contigo, al menos verte; me arrebataban cada instante que convertía en fantasías, me arrebataban todo. Por primera vez me sentí sola.

La gente comienza a entrar a la Iglesia y no te encuentro. Pregunto a tus amigos y no saben tampoco donde estás. ¿Te escondes? Hemos dejado de lado columnas y banquetas pero aún jugamos a cazarnos. Atravieso pasadizos y cuartos de techos altos y blancos, paso a paso voy hacia ese sueño cuando surges de improviso en el cuarto más alejado. Entro y cierro la puerta e intento sonreír al tomar tus manos, tú en cambio me asustas, apretándome fuerte y alejándome de ti. Tus ojos lucen furiosos y lanzas mil preguntas en un instante, juntas letras y palabras en una nube rabiosa que me pierde hasta que vuelvo a ser esa niña insolente que no responde y te ignora. Tu rabia escupe un sueño roto, miles de pedazos sin forma y no te reconozco. Como esa niña, nunca te quise decir adiós, sólo esperaba que el brillo de mis ojos y mi silencio te respondieran, pero no lo conseguí. También ahora quisiera correr pero es mayor mi ansia de abrazarte, de apretarte fuerte a pesar que me agredes con tus susurros y tu mirada. Sigues golpeándome cuando en mi pecho resurge algo que pensé había perdido: la imagen de nosotros juntos. Puedo tocarla y transformarla en una plegaria que repito y repito hasta darle la misma fuerza que tus golpes y detenerte. Apartas tus manos de mí sin saber cuanto daría porque tus ojos, tu boca, todo tú me abraces y borres esta sensación de estar desnuda frente a tu rabia. Soy un amasijo de venas, músculos y sangre que sólo saben respirar tu nombre, y que ve con horror que retrocedes. Perdóname. Te tambaleas, no te alejas, pero tampoco acortas un centímetro la distancia que nos separa. Ahora tú me das la espalda y agachas la cabeza. Si pudiera toda yo absorbería tu pena, me haría inmensa y te protegería. Perdóname, repito. Aún puedo sentir en las noches tu olor impregnado en mí, lo inspiro y lo retengo porque es la única manera de mantenerte a mi lado. Ahora que estás frente a mí haces temblar mi mundo entero. Ni siquiera respiro cuando levantas la vista y te escucho. Lo siento. Tus manos no tiemblan, ni hay la menor duda en tu voz, incluso lo repites: lo siento. Te alejas y vuelves a lo que hacías como si nada hubiera pasado. Te miro y sólo escucho la indiferencia con que te despides de mí. Lloro cuando en ese instante repaso cada instante mágico que vivimos juntos. Todo avanza, pero yo estoy detenida, clavada en un instante que pasó y que sólo deseo revivir una y otra vez. Cierro mis ojos y junto todas mis fuerzas en dar un solo paso, uno sólo que me acerque a ti; entonces un fuego, como una fuerza abrupta y violenta que no se resigna a morir, me empuja, volviéndose el abrazo que te doy. Luchas e intentas zafarte pero me aprieto fuerte, tanto como para sentir tu corazón acelerado y violento. Esta vez no correré, forzaré tus labios a que me dejen entrar. Deja de luchar, tus manos y pies no son tan fuertes como los míos apresados a ti. Ahora sólo estamos los dos: mi beso, tus golpes y nuestra piel irritada. Mil y un perdones por cada golpe que diste por mí, es lo que dice el beso que rechazas cuando caemos. Aprieto mis labios contra los tuyos con el deseo de acostumbrarte de nuevo al calor que compartíamos, que recuerdes ese último aliento cuando corrías y me alcanzabas. Ya no estás solo, yo te acompaño, abrazo y beso tu dolor, me dejo caer contigo tan hondo como se pueda caer. Desaparece el azul del cielo tras la ventana, el blanco del techo, tus labios, tu cabello; suspiramos y luchamos mientras caemos juntos. Muerdes mis labios y tus manos arañan mi cintura, y no opongo resistencia. Los golpes no duelen tanto como tener que cerrar los ojos para verte o la frustración de no encontrarte al despertar. Mi cuerpo entero está a punto de romperse cuando tu saliva impregna mi boca y me baña el profundo suspiro que sale de ti. Todo cesa al posar suavemente tus manos sobre mi espalda y esa lágrima fría tuya se cuela entre nuestras mejillas. Respiro. Tomo una larga bocanada de aire antes de secar tu lágrima con un beso y encontrarme de nuevo con esa hermosa sonrisa tuya. Nuestros cuerpos bañados de calor y heridos me son nuevos, como la seguridad de que no importa lo que pase, nunca más te dejaré ir. Nunca.

Ni siquiera cuando esa puerta se abra, y debamos salir ante la multitud.


Continuará...

4 comentarios:

Deprisa dijo...

Gran texto me perdi un poco por la ausecia de parrafos pero me quede con ganas de saber si les iba a pillar el cura ;)

Eco dijo...

Me encanto tu relato, quizas demasiado extenso pero es bueno, deberias incluirle algunas imagenes para que sea mas a meno la lectura.
Besos !!

A Lareira Máxica dijo...

Estoy deseando leer la continuación y ver si la pillan o no. Que intriga y que sensual!!!

Ánimo que la clasificación no te pone más arriba, que es donde deberías estar. Suerte!!!

FERU dijo...

Gusto de las historias, revisando y tocarme con tu Blog, hermoso realmente, hermoso y oculto,soy Fernando y tambien escribo, un estilo diferente quizas, de todos modos lo hago jaja,felicitaciones con tan poco tiempo muchos seguidores, eso es reflejo de tu talento, lo cual el lo contrario de mi blog jajaja...bueno, suerte y espero que chekes mi blog y me comentes algo, acepto cualquier cosa.

Related Posts Plugin for WordPress, Blogger...
 
Historias eróticas de Inés © 2008. Design by Pocket